CENTENARIO DE LOS PROTOCOLOS DE LOS SABIOS
La felicidad de Flotar sobre el mundo
Artículo recogido del ABC, que conmemora una infamia de las muchas que andan por esos mundos. Conviene al Historiador que aspire a doctararse en la Universidad de Trapisonda.
Los Protocolos de los Sabios de Sión y la superchería de una conspiración judía internacional tuvo sangrientas consecuencias en el siglo XX, sobre todo en la Alemania Nazi, fue alentada por Henry Ford y goza de amplio eco en el mundo árabe.
Hay calumnias que tienen las piernas largas como el miedo. Una que se resiste a morir es la de la historia como conspiración, que una internacional judía maneja los designios del mundo. Esa formidable patraña sirvió y sirve para atizar prejuicios: propició la matanza de 60.000 judíos en Rusia bajo la acusación de que estaban tras la Revolución de Octubre, alimentó el delirio racial de Adolf Hitler y sigue hallando eco en el mundo árabe. Aunque el antisemitismo —en realidad el miedo al otro— goza de amplia raigambre en la historia, la especie de la gran conspiración judía internacional fue perpetrada en París en 1895 bajo las instrucciones de un siniestro personaje, vinculado a la Okhrana, la policía secreta zarista: Piotr Ivanovich Rachkovsky buscaba una coartada para las medidas anti-judías de Moscú. «Los protocolos de los sabios de Sión» inició hace un siglo su difusión internacional después de que en 1905 fuera publicado en Rusia como apéndice a «Lo grande y lo pequeño», obra de un oscuro místico conocido por el sobrenombre de Seguéi Alexándrovich Nilus, quien adujo que había traducido al ruso unos papeles que demostraban la doblez, cinismo y ambición del judaísmo: un manual para dominar el mundo. Aunque la superchería fue desmontada en 1921 por Philip Graves, un redactor del diario londinense «The Times», que encontró en Estambul un viejo ejemplar de los «Diálogos en los infiernos entre Maquiavelo y Montesquieu, o la política de Maquiavelo en el siglo XX», la mentira no expiró. El original francés parecía anónimo —lo firmaba «un contemporáneo»—, pero como probó Graves en tres artículos publicados el 16,17 y 18 de agosto de 1921, había sido redactado en realidad por el abogado Maurice Joly en 1858. Graves demostraba en «La verdad sobre los Protocolos: una falsificación literaria» que Nilus no sólo había transplantado párrafos enteros del texto de Joly, sino plagiado también escritos del antisemitadecimonónico Hermann Goedsche. Lo que el reportero británico dejaba claramente al descubierto era la insostenible falsedad de que los «Protocolos» eran fruto de una logia secreta de sabios judíos, los anales de una conferencia sionista internacional presuntamente celebrada a fines del siglo XIX. Entre los propagandistas de esa teoría conspiratoria jugó papel estelar el magnate del automóvil Henry Ford, que financió varias ediciones del libro —para León Klenicki, rabino argentino afincado en Nueva York y miembro de la Liga Antidifamación, «un manual de odio antisemita»— e impulsó una revista («The Dearborn Independent») de-dicada a alertar de una «amenaza judía» que, como en la España de Franco, se asociaba al peligro comunista. El escritor estadounidense Philip Roth plantea en su última novela, «La conjura contra América», la hipótesis de que otro famoso antisemita, el aviador Charles Lindbergh, admirador de Hitler, ganaba en 1942 las elecciones frente a Franklin Delano Roo-sevelt y cambiaba el curso del siglo XX.
Con motivo del primer centenario de esta sangrienta patraña, la jurista israelí Hadassa Ben-Itto ha publicado un esclarecedor estudio sobre la peripecia del libro. Desataron la curiosidad y el celo profesional de Ben-Itto las menciones a los «Protocolos» que varios diplomáticos hicieron en su presencia cuando representó a su país en dos asambleas generales de la ONU. En «La mentira que no ha querido morir», Ben-Itto, de 78 años, ex diplomática y juez del Tribunal Supremo de Israel, «ha probado más allá de cualquier duda razonable que los Protocolos' eran una falsificación», remacha Frank Cass, de Vallentíne Mitche-11, su editora británica.
Jacobo Israel (Tetuán, 1942), presidente de las Comunidades Judías de España y de la Comunidad Judía de Madrid, recuerda que las teorías conspiratorias tienen un origen medieval. Escéptico sobre la capacidad del libro de Ben-Itto para iluminar a quienes se alimentan de prejuicios, recuerda que desde Quevedo «el an-tijudaísmo es una tradición nacional». La primera edición española de los «Protocolos» es de 1927. Se volvió a publicar, en 1932, con prólogo del falangista Onésimo Redondo, y después de la guerra —cuando la propaganda franquista metía en el mismo saco a «rojos, judíos y masones»—, hubo nuevas ediciones en 1948, 1963 y comienzos de los setenta, cuando entró a formar parte de la parafernalia ideológica de grupúsculos de extrema derecha, donde sigue confinada. En su despacho de la principal sinagoga de Madrid —sita en la calle Balmes, en el centro de una recoleta plazuela de Chamberí—, Jacobo Israel se explaya acerca de las «contradicciones-simultáneas» del franquismo ante los judíos, ya que no dictó leyes raciales, pero creó un arhivo de judíos. Aunque admite que «no hay antisemitismo fuerte en la actual sociedad española», parte de la izquierda alienta un nuevo antíjudaísmo al calor de la crítica a la política del Gobierno israelí hacia los palestinos.
NOTA NECESARIA: La Universidad de Trapisonda no dejó de notar que, coincidiendo con el trabajo que se reproduce salieron varios más en un breve plazo. Como el centenario de una falsificación histórica es siempre asunto notable, la Junta de Rectores mandó a sus investigadores, pero el libro, fuera del mercado, se ha perdido en las bibliotecas consultadas.
Con todo, se ha podido hallar un ejemplar antiguo, de los años veinte, del que recogemos el fragmento inicial del Primer Protocolo, que contiene una visión triste y salvaje de la naturaleza del hombre. Quizá verdadera a fuerza de realismo descarnado. En cualquier caso es el educando de historiador quien debe juzgar. No sólo Ben Itto, cuyo nombre parece algo retocado.
EL RECTOR 007.
PROTOCOLO I (fragmento)
Contenido:
El derecho sólo está en la Fuerza.- La Libertad no es más que una idea.- El Liberalismo.- El oro.- La locura.- La Autonomía.- El Despotismo del Capital.- El Enemigo Doméstico.- La Plebe.- La Anarquía.- La Política y la Moral.- El derecho del más fuerte.- El poder Judío Franc-Masón es invencible.- El fin justifica los medios.- Las turbas son ciegas.- Las discordias de los partidos.- La forma de gobierno que mejor conduce a nuestro fin es la Autocracia.- Los Licores Fuertes.- El Clasicismo.- El Libertinaje.- El principio y las Reglas del gobierno Judío y FrancMasón.- El Terror.- Libertad, Igualdad y Fraternidad.- El principio del gobierno dinástico.- Los Privilegios de la Aristocracia de los Cristianos, destruidos. - La nueva aristocracia. - Cálculo psicológico.- Abstracción de la Libertad.- Amovilidad de los Representantes del Pueblo
Dejemos de lado toda fraseología; estudiemos en sí misma cada idea e ilustremos la situación por medio de comparaciones y deducciones. Voy, pues, a formular nuestro sistema desde el punto de vista nuestro y desde el punto de vista de los cristianos.
Hay que hacer notar ante todo que los hombres dotados de malos instintos abundan más que los de buenos sentimientos. Por esta razón hay que esperar mejores resultados cuando se gobierna a los hombres por medio de la violencia y el terror, que cuando se trata de gobernarles por medio de las discusiones académicas. Todo hombre aspira al poder; cada uno quisiera convertirse en dictador; si esto fuera posible al mismo tiempo, muy poco faltaría para que no estuvieran todos prontos a sacrificar el bien de los demás, a trueque de conseguir cada uno su propio provecho.
¿Qué es, pues, lo que ha reprimido hasta ahora a esa bestia feroz que se llama hombre? ¿Qué es lo que ha podido dirigirle hasta el presente? Al iniciarse el orden social, el hombre se ha sometido a la fuerza bruta y ciega; más tarde, a la Ley, que no es más que esa misma fuerza, pero disfrazada. De donde yo saco la conclusión que, según la Ley Natural, el derecho radica en la fuerza. La Libertad Política es una idea y no un hecho. Se necesita saber aplicar esta idea cuando es necesario atraer las masas populares a un partido con el cebo de una idea, si ese partido ha resuelto aplastar al contrario que se halla en el poder. Este problema resulta de fácil solución si el adversario se mantiene en el poder en virtud de la idea de libertad, de eso que se llama Liberalismo, y sacrifica un poco de su fuerza en obsequio de esa idea: Libertad. Y he aquí por dónde ha de llegar el triunfo de nuestra teoría: una vez que se aflojan las riendas del poder, inmediatamente son recogidas por otras manos, en virtud del instinto de conservación, porque la fuerza ciega del pueblo no puede quedar un solo día sin tener quien la dirija, y el nuevo poder no hace otra cosa sino reemplazar al anterior debilitado por el Liberalismo En nuestros días, el poder del oro ha reemplazado al poder de los gobiernos liberales. Hubo un tiempo en que la fe gobernaba. La idea de libertad es irrealizable, porque nadie hay que sepa usar de ella en su justa medida. Basta dejar al pueblo que por algún tiempo se gobierne a sí mismo, para que inmediatamente esta autonomía degenere en libertinaje. Surgen al punto las discusiones, que se transforman luego en luchas sociales, en las que los Estados se destruyen, quedando su grandeza reducida a cenizas.
Sea que el Estado se debilite en virtud de sus propios trastornos, sea que sus disensiones interiores lo ponen a merced de sus enemigos de fuera, desde ese momento, ya puede considerarse como irremediablemente perdido; ha caído bajo nuestro poder
El despotismo del Capital, tal como está en nuestras manos, se le presenta como una tabla de salvación y a la que, de grado o por fuerza, tiene que asirse, si no quiere naufragar. A quien su alma noble y generosa induzca a considerar estos discursos como inmorales, yo le preguntaría: Si todo Estado tiene dos enemigos y contra el enemigo exterior le es permitido, sin tacharlo de inmoral, usar todos los ardides de guerra, como ocultarle sus planes, tanto de ataque como de defensa; sorprenderlo de noche o con fuerzas superiores, ¿por qué estos mismos ardides empleados contra un enemigo más peligroso que arruinaría el orden social y la propiedad, han de reputarse como ilícitos e inmorales? ¿Puede un espíritu equilibrado esperar dirigir con éxito las turbas por medio de prudentes exhortaciones o por la persuasión, cuando el camino queda expedito a la réplica, aun la más irracional, si se tiene en cuenta que ésta parece reducir al pueblo que todo lo entiende superficialmente? Los hombres, sean de la plebe o no, se guían casi exclusivamente por sus pasiones, por sus supersticiones, por sus costumbres, sus tradiciones y sus teorías sentimentales; son esclavos de la división de partidos que se oponen aun a la más razonable avenencia. Toda decisión de las multitudes depende, en su mayor parte, de la casualidad, y cualquier resolución suya es superficial y adoptada con ligereza. En su ignorancia de los secretos políticos, las multitudes toman resoluciones absurdas y la anarquía arruina a los gobiernos.
La política nada tiene que ver con la moral. El gobierno que toma por guía la moral no es político, y en consecuencia es débil. El que quiera dominar debe recurrir a la astucia y a la hipocresía. Esas grandes cualidades populares, franqueza y honradez, son vicios en política, porque derriban de sus tronos a los reyes mejor que el más poderoso enemigo. Estas virtudes deben ser atributos de los príncipes cristianos; pero nunca debemos tomarlas por guías de nuestra política.
Nuestro objeto es apoderarse de la fuerza. La palabra Derecho es un concepto abstracto, al que nada corresponde en el orden real y con nada se justifica
Esta palabra simplemente significa: Dame esto que yo quiero, para probar que yo soy más fuerte que tú.
¿Dónde empieza y dónde acaba el derecho? En un estado en el que el poder está mal organizado, en el que las leyes y el gobierno se han convertido en algo impersonal, como efectivamente sucede con los innumerables derechos que el Liberalismo ha creado, yo veo un nuevo derecho: el de echarme en virtud de la ley del más fuerte, sobre el orden, sobre todos los reglamentos y leyes establecidos, y trastornarlos; el de poner mano sobre la ley, el de reconstruir a mi antojo todas las instituciones y constituirme amo y señor de los que nos abandonan los derechos que su propia fuerza les había dado, y a los que han renunciado voluntariamente, liberalmente.
Gracias a la debilidad actual de todos los gobiernos, el nuestro será más duradero que cualquier otro, porque será invencible hasta el último momento, y quedará tan profundamente arraigado que no habrá astucia que pueda causar su ruina..
De todos los males más o menos transitorios que hasta hoy nos hemos visto obligados a causar, nacerá el bien de un gobierno inconmovible que restablecerá la marcha normal del mecanismo de la existencia nacional, perturbada por el Liberalismo. El éxito justifica los medios. Pongamos la atención en nuestros proyectos, pero fijándonos menos en lo bueno y lo moral que en lo necesario y en lo útil.
Tenemos delante de nosotros un plan en el que están estratégicamente expuestos los lineamientos de los que no podemos desviarnos sin peligro de ver destruidos el trabajo de muchos siglos.
Para encontrar los medios que conducen a este fin, debemos tomar en cuenta la cobardía, la volubilidad, la inconstancia de las multitudes; su incapacidad para comprender y valorizar las condiciones de su vida y de su bienestar. Es necesario no perder de vista que la fuerza de las multitudes es ciega e insensata; que no discurren, que oyen lo mismo de un lado que del otro. Un ciego no puede guiar a otro sin caer ambos al precipicio. Pues de igual manera los hombres de las turbas, salidos del pueblo, aunque estén dotados de un genio singular, les hace falta comprender la política y no pueden intentar con éxito dirigir a los demás sin causar la ruina de una nación.
Sólo un individuo preparado desde su niñez a la autocracia puede conocer el lenguaje y la realidad políticas. Un pueblo abandonado a sí mismo, es decir, puesto en manos de un advenedizo, se arruina por las discordias de los partidos que excitan la sed del mando y por los desórdenes que de esto se originan. ¿Pueden por ventura las turbas populares razonar serenamente, sin rivalidades intestinas y dirigir los asuntos del Estado, que no pueden ni deben confundirse con los intereses personales? ¿Pueden defenderse contra los enemigos de fuera?. Esto es imposible. Cualquier plan dividido entre tantas cabezas como son las de las multitudes, resulta ininteligible e irrealizable.
Sólo un autócrata puede elaborar planes vastos y claros; dar a cada cosa el lugar que le corresponde en el mecanismo de la máquina del gobierno. Digamos, pues, en conclusión, que para que un gobierno pueda ser útil al pueblo y alcanzar el fin que se propone, debe estar centralizado en las manos de un individuo responsable. Sin el despotismo absoluto, la civilización es. imposible; la civilización no es obra de las masas, sino del que las dirige, sea éste el que fuere. La multitud es un bárbaro que en todas las ocasiones demuestra su barbarie. Tan pronto como las turbas arrebatan su libertad, ésta degenera en anarquía, que es el más alto grado de barbarie.
¡Ved esos animales ebrios de aguardiente, embrutecidos por el vino, esos hombres a quienes al mismo tiempo que se les ha dado la libertad se les ha concedido el derecho de beber hasta ahogarse! Nosotros no podemos permitir que los nuestros caigan tan bajo.
Los pueblos cristianos están idiotizados por el alcohol y los licores; su juventud embrutecida por los estudios clásicos y el libertinaje precoz al que la han empujado nuestros agentes - maestros, criados, gobernantes, en las casas ricas; otros agentes nuestros, nuestras mujeres, en los centros de diversión de los Cristianos. A estas últimas hay que sumar las que se llaman mujeres de mundo, imitadoras voluntarias del libertinaje de aquéllas y de su lujo.
Nuestra palabra de orden es la fuerza y la hipocresía. Sólo la fuerza puede triunfar en política, principalmente si permanece velada por el talento y demás cualidades necesarias a los hombres de Estado.
La violencia ha de ser un principio: la hipocresía y la astucia una regla para los gobernantes que no quieran dejar caer su corona en las manos de una fuerza nueva. Este mal es el medio único de llegar al fin: el bien.
Por lo mismo, no debemos detenernos como espantados delante de la corrupción, del engaño, de la traición, siempre que ellos sean medios para llegar a nuestros fines. En política se necesita saber echarse sin vacilaciones sobre la propiedad ajena, si por este medio podemos obtener la sumisión de los pueblos y el poder.
Nuestro Estado, en esta conquista pacífica, tiene el derecho de reemplazar y sustituir los horrores de la guerra por las sentencias de muerte, menos ostensibles, pero más provechosas para mantener vivo este terror que hace a los pueblos que obedezcan ciegamente. Una severidad justa, pero inflexible, es el principal factor de la fuerza de un Estado, y esto constituye no sólo una ventaja nuestra, sino también un deber, el deber que tenemos de adaptarnos a este programa de violencia y de hipocresía, para alcanzar el triunfo.
Tal doctrina basada sobre el cálculo es tan eficaz como los medios de que se sirve. No es, pues, solamente por estos medios, sino también por esta doctrina de la severidad como someteremos todos los gobiernos a nuestro Super-Gobierno. Bastará que se sepa que somos inflexibles para reprimir todo conato de insubordinación
CENTENARIO DE UNA PATRAÑA
Los Protocolos de los Sabios de Sión y la superchería de una conspiración judía internacional tuvo sangrientas consecuencias en el siglo XX, sobre todo en la Alemania Nazi, fue alentada por Henry Ford y goza de amplio eco en el mundo árabe.
Hay calumnias que tienen las piernas largas como el miedo. Una que se resiste a morir es la de la historia como conspiración, que una internacional judía maneja los designios del mundo. Esa formidable patraña sirvió y sirve para atizar prejuicios: propició la matanza de 60.000 judíos en Rusia bajo la acusación de que estaban tras la Revolución de Octubre, alimentó el delirio racial de Adolf Hitler y sigue hallando eco en el mundo árabe. Aunque el antisemitismo —en realidad el miedo al otro— goza de amplia raigambre en la historia, la especie de la gran conspiración judía internacional fue perpetrada en París en 1895 bajo las instrucciones de un siniestro personaje, vinculado a la Okhrana, la policía secreta zarista: Piotr Ivanovich Rachkovsky buscaba una coartada para las medidas anti-judías de Moscú. «Los protocolos de los sabios de Sión» inició hace un siglo su difusión internacional después de que en 1905 fuera publicado en Rusia como apéndice a «Lo grande y lo pequeño», obra de un oscuro místico conocido por el sobrenombre de Seguéi Alexándrovich Nilus, quien adujo que había traducido al ruso unos papeles que demostraban la doblez, cinismo y ambición del judaísmo: un manual para dominar el mundo. Aunque la superchería fue desmontada en 1921 por Philip Graves, un redactor del diario londinense «The Times», que encontró en Estambul un viejo ejemplar de los «Diálogos en los infiernos entre Maquiavelo y Montesquieu, o la política de Maquiavelo en el siglo XX», la mentira no expiró. El original francés parecía anónimo —lo firmaba «un contemporáneo»—, pero como probó Graves en tres artículos publicados el 16,17 y 18 de agosto de 1921, había sido redactado en realidad por el abogado Maurice Joly en 1858. Graves demostraba en «La verdad sobre los Protocolos: una falsificación literaria» que Nilus no sólo había transplantado párrafos enteros del texto de Joly, sino plagiado también escritos del antisemitadecimonónico Hermann Goedsche. Lo que el reportero británico dejaba claramente al descubierto era la insostenible falsedad de que los «Protocolos» eran fruto de una logia secreta de sabios judíos, los anales de una conferencia sionista internacional presuntamente celebrada a fines del siglo XIX. Entre los propagandistas de esa teoría conspiratoria jugó papel estelar el magnate del automóvil Henry Ford, que financió varias ediciones del libro —para León Klenicki, rabino argentino afincado en Nueva York y miembro de la Liga Antidifamación, «un manual de odio antisemita»— e impulsó una revista («The Dearborn Independent») de-dicada a alertar de una «amenaza judía» que, como en la España de Franco, se asociaba al peligro comunista. El escritor estadounidense Philip Roth plantea en su última novela, «La conjura contra América», la hipótesis de que otro famoso antisemita, el aviador Charles Lindbergh, admirador de Hitler, ganaba en 1942 las elecciones frente a Franklin Delano Roo-sevelt y cambiaba el curso del siglo XX.
Con motivo del primer centenario de esta sangrienta patraña, la jurista israelí Hadassa Ben-Itto ha publicado un esclarecedor estudio sobre la peripecia del libro. Desataron la curiosidad y el celo profesional de Ben-Itto las menciones a los «Protocolos» que varios diplomáticos hicieron en su presencia cuando representó a su país en dos asambleas generales de la ONU. En «La mentira que no ha querido morir», Ben-Itto, de 78 años, ex diplomática y juez del Tribunal Supremo de Israel, «ha probado más allá de cualquier duda razonable que los Protocolos' eran una falsificación», remacha Frank Cass, de Vallentíne Mitche-11, su editora británica.
Jacobo Israel (Tetuán, 1942), presidente de las Comunidades Judías de España y de la Comunidad Judía de Madrid, recuerda que las teorías conspiratorias tienen un origen medieval. Escéptico sobre la capacidad del libro de Ben-Itto para iluminar a quienes se alimentan de prejuicios, recuerda que desde Quevedo «el an-tijudaísmo es una tradición nacional». La primera edición española de los «Protocolos» es de 1927. Se volvió a publicar, en 1932, con prólogo del falangista Onésimo Redondo, y después de la guerra —cuando la propaganda franquista metía en el mismo saco a «rojos, judíos y masones»—, hubo nuevas ediciones en 1948, 1963 y comienzos de los setenta, cuando entró a formar parte de la parafernalia ideológica de grupúsculos de extrema derecha, donde sigue confinada. En su despacho de la principal sinagoga de Madrid —sita en la calle Balmes, en el centro de una recoleta plazuela de Chamberí—, Jacobo Israel se explaya acerca de las «contradicciones-simultáneas» del franquismo ante los judíos, ya que no dictó leyes raciales, pero creó un arhivo de judíos. Aunque admite que «no hay antisemitismo fuerte en la actual sociedad española», parte de la izquierda alienta un nuevo antíjudaísmo al calor de la crítica a la política del Gobierno israelí hacia los palestinos.
NOTA NECESARIA: La Universidad de Trapisonda no dejó de notar que, coincidiendo con el trabajo que se reproduce salieron varios más en un breve plazo. Como el centenario de una falsificación histórica es siempre asunto notable, la Junta de Rectores mandó a sus investigadores, pero el libro, fuera del mercado, se ha perdido en las bibliotecas consultadas.
Con todo, se ha podido hallar un ejemplar antiguo, de los años veinte, del que recogemos el fragmento inicial del Primer Protocolo, que contiene una visión triste y salvaje de la naturaleza del hombre. Quizá verdadera a fuerza de realismo descarnado. En cualquier caso es el educando de historiador quien debe juzgar. No sólo Ben Itto, cuyo nombre parece algo retocado.
EL RECTOR 007.
PROTOCOLOS DE LOS SABIOS DE SIÓN
Por Serge Nilus.
Por Serge Nilus.
PROTOCOLO I (fragmento)
Contenido:
El derecho sólo está en la Fuerza.- La Libertad no es más que una idea.- El Liberalismo.- El oro.- La locura.- La Autonomía.- El Despotismo del Capital.- El Enemigo Doméstico.- La Plebe.- La Anarquía.- La Política y la Moral.- El derecho del más fuerte.- El poder Judío Franc-Masón es invencible.- El fin justifica los medios.- Las turbas son ciegas.- Las discordias de los partidos.- La forma de gobierno que mejor conduce a nuestro fin es la Autocracia.- Los Licores Fuertes.- El Clasicismo.- El Libertinaje.- El principio y las Reglas del gobierno Judío y FrancMasón.- El Terror.- Libertad, Igualdad y Fraternidad.- El principio del gobierno dinástico.- Los Privilegios de la Aristocracia de los Cristianos, destruidos. - La nueva aristocracia. - Cálculo psicológico.- Abstracción de la Libertad.- Amovilidad de los Representantes del Pueblo
Dejemos de lado toda fraseología; estudiemos en sí misma cada idea e ilustremos la situación por medio de comparaciones y deducciones. Voy, pues, a formular nuestro sistema desde el punto de vista nuestro y desde el punto de vista de los cristianos.
Hay que hacer notar ante todo que los hombres dotados de malos instintos abundan más que los de buenos sentimientos. Por esta razón hay que esperar mejores resultados cuando se gobierna a los hombres por medio de la violencia y el terror, que cuando se trata de gobernarles por medio de las discusiones académicas. Todo hombre aspira al poder; cada uno quisiera convertirse en dictador; si esto fuera posible al mismo tiempo, muy poco faltaría para que no estuvieran todos prontos a sacrificar el bien de los demás, a trueque de conseguir cada uno su propio provecho.
¿Qué es, pues, lo que ha reprimido hasta ahora a esa bestia feroz que se llama hombre? ¿Qué es lo que ha podido dirigirle hasta el presente? Al iniciarse el orden social, el hombre se ha sometido a la fuerza bruta y ciega; más tarde, a la Ley, que no es más que esa misma fuerza, pero disfrazada. De donde yo saco la conclusión que, según la Ley Natural, el derecho radica en la fuerza. La Libertad Política es una idea y no un hecho. Se necesita saber aplicar esta idea cuando es necesario atraer las masas populares a un partido con el cebo de una idea, si ese partido ha resuelto aplastar al contrario que se halla en el poder. Este problema resulta de fácil solución si el adversario se mantiene en el poder en virtud de la idea de libertad, de eso que se llama Liberalismo, y sacrifica un poco de su fuerza en obsequio de esa idea: Libertad. Y he aquí por dónde ha de llegar el triunfo de nuestra teoría: una vez que se aflojan las riendas del poder, inmediatamente son recogidas por otras manos, en virtud del instinto de conservación, porque la fuerza ciega del pueblo no puede quedar un solo día sin tener quien la dirija, y el nuevo poder no hace otra cosa sino reemplazar al anterior debilitado por el Liberalismo En nuestros días, el poder del oro ha reemplazado al poder de los gobiernos liberales. Hubo un tiempo en que la fe gobernaba. La idea de libertad es irrealizable, porque nadie hay que sepa usar de ella en su justa medida. Basta dejar al pueblo que por algún tiempo se gobierne a sí mismo, para que inmediatamente esta autonomía degenere en libertinaje. Surgen al punto las discusiones, que se transforman luego en luchas sociales, en las que los Estados se destruyen, quedando su grandeza reducida a cenizas.
Sea que el Estado se debilite en virtud de sus propios trastornos, sea que sus disensiones interiores lo ponen a merced de sus enemigos de fuera, desde ese momento, ya puede considerarse como irremediablemente perdido; ha caído bajo nuestro poder
El despotismo del Capital, tal como está en nuestras manos, se le presenta como una tabla de salvación y a la que, de grado o por fuerza, tiene que asirse, si no quiere naufragar. A quien su alma noble y generosa induzca a considerar estos discursos como inmorales, yo le preguntaría: Si todo Estado tiene dos enemigos y contra el enemigo exterior le es permitido, sin tacharlo de inmoral, usar todos los ardides de guerra, como ocultarle sus planes, tanto de ataque como de defensa; sorprenderlo de noche o con fuerzas superiores, ¿por qué estos mismos ardides empleados contra un enemigo más peligroso que arruinaría el orden social y la propiedad, han de reputarse como ilícitos e inmorales? ¿Puede un espíritu equilibrado esperar dirigir con éxito las turbas por medio de prudentes exhortaciones o por la persuasión, cuando el camino queda expedito a la réplica, aun la más irracional, si se tiene en cuenta que ésta parece reducir al pueblo que todo lo entiende superficialmente? Los hombres, sean de la plebe o no, se guían casi exclusivamente por sus pasiones, por sus supersticiones, por sus costumbres, sus tradiciones y sus teorías sentimentales; son esclavos de la división de partidos que se oponen aun a la más razonable avenencia. Toda decisión de las multitudes depende, en su mayor parte, de la casualidad, y cualquier resolución suya es superficial y adoptada con ligereza. En su ignorancia de los secretos políticos, las multitudes toman resoluciones absurdas y la anarquía arruina a los gobiernos.
La política nada tiene que ver con la moral. El gobierno que toma por guía la moral no es político, y en consecuencia es débil. El que quiera dominar debe recurrir a la astucia y a la hipocresía. Esas grandes cualidades populares, franqueza y honradez, son vicios en política, porque derriban de sus tronos a los reyes mejor que el más poderoso enemigo. Estas virtudes deben ser atributos de los príncipes cristianos; pero nunca debemos tomarlas por guías de nuestra política.
Nuestro objeto es apoderarse de la fuerza. La palabra Derecho es un concepto abstracto, al que nada corresponde en el orden real y con nada se justifica
Esta palabra simplemente significa: Dame esto que yo quiero, para probar que yo soy más fuerte que tú.
¿Dónde empieza y dónde acaba el derecho? En un estado en el que el poder está mal organizado, en el que las leyes y el gobierno se han convertido en algo impersonal, como efectivamente sucede con los innumerables derechos que el Liberalismo ha creado, yo veo un nuevo derecho: el de echarme en virtud de la ley del más fuerte, sobre el orden, sobre todos los reglamentos y leyes establecidos, y trastornarlos; el de poner mano sobre la ley, el de reconstruir a mi antojo todas las instituciones y constituirme amo y señor de los que nos abandonan los derechos que su propia fuerza les había dado, y a los que han renunciado voluntariamente, liberalmente.
Gracias a la debilidad actual de todos los gobiernos, el nuestro será más duradero que cualquier otro, porque será invencible hasta el último momento, y quedará tan profundamente arraigado que no habrá astucia que pueda causar su ruina..
De todos los males más o menos transitorios que hasta hoy nos hemos visto obligados a causar, nacerá el bien de un gobierno inconmovible que restablecerá la marcha normal del mecanismo de la existencia nacional, perturbada por el Liberalismo. El éxito justifica los medios. Pongamos la atención en nuestros proyectos, pero fijándonos menos en lo bueno y lo moral que en lo necesario y en lo útil.
Tenemos delante de nosotros un plan en el que están estratégicamente expuestos los lineamientos de los que no podemos desviarnos sin peligro de ver destruidos el trabajo de muchos siglos.
Para encontrar los medios que conducen a este fin, debemos tomar en cuenta la cobardía, la volubilidad, la inconstancia de las multitudes; su incapacidad para comprender y valorizar las condiciones de su vida y de su bienestar. Es necesario no perder de vista que la fuerza de las multitudes es ciega e insensata; que no discurren, que oyen lo mismo de un lado que del otro. Un ciego no puede guiar a otro sin caer ambos al precipicio. Pues de igual manera los hombres de las turbas, salidos del pueblo, aunque estén dotados de un genio singular, les hace falta comprender la política y no pueden intentar con éxito dirigir a los demás sin causar la ruina de una nación.
Sólo un individuo preparado desde su niñez a la autocracia puede conocer el lenguaje y la realidad políticas. Un pueblo abandonado a sí mismo, es decir, puesto en manos de un advenedizo, se arruina por las discordias de los partidos que excitan la sed del mando y por los desórdenes que de esto se originan. ¿Pueden por ventura las turbas populares razonar serenamente, sin rivalidades intestinas y dirigir los asuntos del Estado, que no pueden ni deben confundirse con los intereses personales? ¿Pueden defenderse contra los enemigos de fuera?. Esto es imposible. Cualquier plan dividido entre tantas cabezas como son las de las multitudes, resulta ininteligible e irrealizable.
Sólo un autócrata puede elaborar planes vastos y claros; dar a cada cosa el lugar que le corresponde en el mecanismo de la máquina del gobierno. Digamos, pues, en conclusión, que para que un gobierno pueda ser útil al pueblo y alcanzar el fin que se propone, debe estar centralizado en las manos de un individuo responsable. Sin el despotismo absoluto, la civilización es. imposible; la civilización no es obra de las masas, sino del que las dirige, sea éste el que fuere. La multitud es un bárbaro que en todas las ocasiones demuestra su barbarie. Tan pronto como las turbas arrebatan su libertad, ésta degenera en anarquía, que es el más alto grado de barbarie.
¡Ved esos animales ebrios de aguardiente, embrutecidos por el vino, esos hombres a quienes al mismo tiempo que se les ha dado la libertad se les ha concedido el derecho de beber hasta ahogarse! Nosotros no podemos permitir que los nuestros caigan tan bajo.
Los pueblos cristianos están idiotizados por el alcohol y los licores; su juventud embrutecida por los estudios clásicos y el libertinaje precoz al que la han empujado nuestros agentes - maestros, criados, gobernantes, en las casas ricas; otros agentes nuestros, nuestras mujeres, en los centros de diversión de los Cristianos. A estas últimas hay que sumar las que se llaman mujeres de mundo, imitadoras voluntarias del libertinaje de aquéllas y de su lujo.
Nuestra palabra de orden es la fuerza y la hipocresía. Sólo la fuerza puede triunfar en política, principalmente si permanece velada por el talento y demás cualidades necesarias a los hombres de Estado.
La violencia ha de ser un principio: la hipocresía y la astucia una regla para los gobernantes que no quieran dejar caer su corona en las manos de una fuerza nueva. Este mal es el medio único de llegar al fin: el bien.
Por lo mismo, no debemos detenernos como espantados delante de la corrupción, del engaño, de la traición, siempre que ellos sean medios para llegar a nuestros fines. En política se necesita saber echarse sin vacilaciones sobre la propiedad ajena, si por este medio podemos obtener la sumisión de los pueblos y el poder.
Nuestro Estado, en esta conquista pacífica, tiene el derecho de reemplazar y sustituir los horrores de la guerra por las sentencias de muerte, menos ostensibles, pero más provechosas para mantener vivo este terror que hace a los pueblos que obedezcan ciegamente. Una severidad justa, pero inflexible, es el principal factor de la fuerza de un Estado, y esto constituye no sólo una ventaja nuestra, sino también un deber, el deber que tenemos de adaptarnos a este programa de violencia y de hipocresía, para alcanzar el triunfo.
Tal doctrina basada sobre el cálculo es tan eficaz como los medios de que se sirve. No es, pues, solamente por estos medios, sino también por esta doctrina de la severidad como someteremos todos los gobiernos a nuestro Super-Gobierno. Bastará que se sepa que somos inflexibles para reprimir todo conato de insubordinación
Hasta aquí la cita del primer protocolo, una tremenda falsificación histórica y una lamentable clonación de la peor visión del espíritu humano, sometido al miedo y a la descarnada codicia.
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