domingo, diciembre 17, 2006

PAYNE EMPIEZA A COMPRENDER EL TALANTE

Esta entrevista a Payne tiene el encanto del hombre que, tras treinta años, va viendo lo que todos sabemos en España desde el inicio. Unos lo disimulan y otros no, pero nadie duda de la intención vengativa y manipuladora del socialismo que, contra lo que dice Payne, no necesita actuar “como Franco”, sino como Carrillo. Pero Payne sigue sin entender los supuestos y lugares comunes de la cultura Española. Los consabidos.

Está en la Página de Historia, en Trapisonda: General y falsa Historia de España

«El objetivo de la ley de memoria histórica es trazar una línea tajante entre «buenos» y «malos»»

POR ANTONIO ASTORGA. FOTOS SIGEFREDO

La memoria ha vuelto a crispar el Congreso de los Diputados. Las «tablas» de su ley que ha bajado a la Cámara Rodríguez Zapatero dividieron el pasado jueves el hemiciclo. La izquierda radical se acordó del abuelo fusilado del presidente del Gobierno y el PSOE contraatacó con las últimas palabras del capitán Lozano, que cayó a manos de sus compañeros de armas alzados contra la República: «Muero inocente y perdono». A más de 20.000 leguas de esta crispación, en Wisconsin, el profesor Stanley G. Payne, autoridad imprescindible en nuestra historia contemporánea, examina la gran mascarada del proyecto de «memoria histórica» elaborado por el empeño personal de José Luis Rodríguez Zapatero.

—¿Es «revisionista» esta ley?

—«Memoria histórica» ni es memoria ni es historia. Lo que se llama «memoria histórica» o «colectiva» no es tal cosa, sino una versión, o versiones, creadas por publicistas, patriotas, activistas políticos, periodistas o hasta por algunos historiadores interesados. Se trata esencialmente de mitos o leyendas creados acerca del pasado. Pueden tener alguna dosis de verdad empírica, o ninguna. La memoria es individual y subjetiva, nunca es «histórica» o «colectiva» como tal. La historia, en cambio, no se basa en memorias individuales subjetivas, sino en la investigación intelectual de los datos empíricos que sobreviven del pasado. Hay algunos estudiosos e investigadores que están excavando fosas y llevando a cabo investigaciones serias. Eso es siempre importante, y en cuanto es investigación seria debe ser aplaudida. Pero esto es totalmente diferente de querer imponer una versión sesgada y partidista, que rechaza los resultados de la investigación. «Revisionismo» es una palabra empleada muy mal, actualmente en España, para describir a los que disienten de la corrección política. La verdad es que una «revisión» es la función de la mayor parte de la investigación seria. Si no se quieren descubrir datos nuevos que pueden enriquecer y «revisar» nuestro entendimiento, ¿por qué investigar? Pero la versión meramente politizada de la promoción de la «memoria historica» no quiere revisar sino repetir e imponer una versión. El movimiento político sencillamente no tiene interés en la historia, y así no se trata de su revisión sino de su politización o anulación.

—¿Con ese proyecto se pretende reescribir o desacreditar a todos los hombres y mujeres que hicieron la difícil Transición española?

—No creo que se trata de desa-creditar a «todos» los que hicieron la Transición, porque los socialistas y comunistas también participaron en ella. Pero el intento es una revisión de la Transición, quitando validez a la democratización de los años 70 como no más que un compromiso transitorio para desmontar al franquismo. Hasta cierto punto el intento consiste en reemplazar una democracia basada en el consenso —la primera en la historia de España—con un arreglo nuevo que es más sectario y exclusivista, aunque todos los regímenes de esta clase en el pasado de España fracasaron totalmente. Así vemos que la llamada «memoria histórica» no conoce la historia, sino que prefiere olvidarse de ella.

—Zapatero sustenta el espíritu de su llamada «memoria histórica» en el deseo de «reparar las injusticias de un pasado sangriento que dejó más de medio millón de muertos, entre ellos 35.000 fusilados que siguen en fosas comunes y miles de exiliados». El PP pide al PSOE que retire el texto por «innecesario, extemporáneo, erróneo, falsario y jurídicamente irrelevante» y que «sólo creará división». ¿Puede degenerar la ley Zapatero en una ley de memoria histérica?
—Eso depende del grado de extremismo que se quisiera imponer. Vemos que hay individuos más sensatos en el Gobierno que no quieren ir demasiado lejos, y por eso la extrema izquierda insiste en mucho más. Sobre todo si la versión de ésta se impusiera, sería una verdadera «memoria histérica».

—¿Puede crear división entre los españoles la ley Zapatero?

—Ya ha creado mucha división. En cierto sentido este es el objetivo: trazar una especie de línea tajante entre «buenos» y «malos». A veces los comentaristas se han referido a todo esto como el «Historikerstreit» español, en referencia a la «controversia entre historiadores» que tuvo lugar en Alemania durante los años 80 y 90. Pero en Alemania hubo un verdadero debate entre estudiosos, que es lo que hace falta en España. En vez de eso, en España es más bien debate de sordos.

—El objetivo principal del proyecto del Gobierno Zapatero consiste en facilitar a las víctimas y a sus familias la recuperación «del honor y la dignidad moral», pero sin consecuencias jurídicas de ningún tipo. ¿Cree usted que habría que recuperar ese «honor» y esa «dignidad moral» para todas las víctimas, tanto las provocadas por las derechas como las provocadas por las izquierdas?

—Lo que se pretende aquí es lo que hizo el régimen de Franco después de la Guerra Civil, pero a los del otro bando. Si no es más que eso, es parcial y sectario. Las represiones en España durante y después de la guerra (incluidos los asesinatos cometidos por los maquis) constituyeron uno de los grandes horrores del siglo XX. No puede haber verdadera justicia y dignidad sin reconocer a todas las víctimas en plan de igualdad. Hugh Thomas ha sugerido que sería importante crear un gran monumento conmemorativo en Madrid presentando los nombres de todas las víctimas de ambos bandos. Esto podría ser importante, y algo digno de una verdadera democracia.

—Se habla de «las víctimas de la Guerra Civil y los crímenes del franquismo», pero nadie se acuerda de los crímenes de Paracuellos. Usted sostiene en su libro «40 preguntas fundamentales sobre la Guerra Civil» que «bajo la dirección de Santiago Carrillo, entonces consejero de Orden Público, se ejecutó en grupos a 4.000 personas cuando menos, arrojándose sus cadáveres en las fosas comunes de Paracuellos del Jarama y de otros lugares al Este de Madrid». ¿No debería reparar la ley Zapatero en estas víctimas?

—Claro que sí. Actualmente la respuesta dada por las izquierdas es que todo eso fue ya reconocido bajo el franquismo, y que ya no hace falta. Por eso el intento es esencialmente repetir el mismo procedimiento del franquismo: reconocer solamente a los de un solo bando. Así, el Gobierno Zapatero está trabajando básicamente en sentido franquista, aunque no lo admite. Es una gran hipocresía. No puede haber justicia y dignidad hasta que se dé un trato igual a todos. Un gobierno democrático debe proceder en esta clave, pero no lo hace, porque es un gobierno sectario.

—¿Zapatero quiere encabezar un nuevo Frente Popular?

—En cierto sentido, ese es el plan, pero nunca se puede repetir la historia exactamente. El Frente Popular histórico representaba la alianza de la izquierda moderada con la izquierda revolucionaria, excluyendo a todos los demócratas liberales del centro. Ahora es imposible repetir eso porque ya no hay revolucionarios. El proyecto de Zapatero es diferente, porque piensa incluir, sobre todo, a CiU y el PNV, cuyos antecesores no formaban parte del Frente Popular histórico. Carlos Marx escribió que la historia registra un acontecimiento importante la primera vez como tragedia, y la segunda como farsa. Así es en la España actual.

—Dice usted que «el frente popular está en Cataluña». ¿La ilusión de Zapatero es una alizanza multipartidista contra la derecha?

—La alianza tripartita actual de Barcelona es lo más parecido al Frente Popular histórico —socialistas, republicanos de izquierda, y comunistas—. Pero eso no es la fórmula deseada por Zapatero, porque él no es completamente tonto y se da cuenta perfectamente de que esa fórmula es demasiado inestable. Sin embargo, resulta que los socialistas catalanes se han rebelado contra su fórmula. Esta es la primera derrota política de su Gobierno, aunque viene de su propio partido. La alianza que busca Zapatero ciertamente sería una alianza multipartidista contra la derecha, pero para él los factores más importantes son CiU y el PNV, no los comunistas ni los catalanistas.

—«La “memoria histórica” o “colectiva” es un concepto ficticio, un espejismo, un tremendo error», sostiene usted: «Hablando con propiedad, tal cosa no existe. La memoria no es ni colectiva ni histórica, sino intrínsecamente personal, individual y subjetiva». ¿La ley Zapatero es subjetiva?

—Sí, se concibe de un modo unilateral y subjetivo, tachando a revolucionarios violentos y asesinos como «demócratas». Realmente no se puede «legislar» la historia. Cualquier intento de este tipo representa una especie de «sovietismo suave», manipulando la verdad a lo soviético pero sin imponer el Gulag.

—La Historia es un campo para el estudio erudito cuyo objetivo es ser lo más objetivo posible, pero ¿puede derivar en inevitables conflictos con la memoria?

—La historia se basa en la investigación empírica, y tiene que ver con el análisis de muchos datos diferentes y del contraste de muchos testimonios discrepantes. Por eso siempre hay muchas actitudes individuales, o (en la historia contemporánea) de verdaderas memorias, personales y subjetivas, que inevitablemente discrepan, porque son memorias y actitudes y no historia. La «memoria» —si es su verdadera memoria personal— de Santiago Carrillo sobre Paracuellos es bastante diferente de la historia.

—¿La violencia política y la represión tienen mucho peso en el «discurso» elaborado por la izquierda porque son muy rentables y se conciben de una forma sesgada y reduccionista?

—La violencia política y la represión son más rentables porque fueron inicuas en sí, y lo más cruel y dramático es lo que más llama la atención. Este fue el peor aspecto de la Guerra Civil y algo que todo el mundo puede estar de acuerdo en condenar. Pero merece estudio e investigación, y no meramente denuncias, y hace falta mostrar ecuanimidad, mirando estos temas en todas sus dimensiones y no meramente denunciando uno de los bandos, porque ambos bandos cometieron enormes crímenes. Hay una tendencia a querer justificar, o tal vez mejor dicho paliar, las atrocidades hechas por los republicanos. La justificación más frecuente es que se trataba de la obra de «incontrolados» por acción espontánea, cuando la verdad es que casi todos los asesinatos fueron llevados a cabo por grupos organizados, y en el caso de Madrid por checas organizadas o legitimadas en muchos casos por el gobierno republicano.

—Sin embargo, matiza usted que casi no se presta atención a los orígenes de esa violencia política y represión «o a cómo las aplicó la izquierda; por el contrario, se atribuye a Franco el dudoso honor de haberlas inventado y ser el único que las puso en práctica». ¿Eso es justo lo opuesto de adquirir (y no «recuperar», que es un oxímoron) conocimientos acerca de la historia»?

—José Ortega y Gasset escribió en «El epílogo para ingleses» que aparecía en ediciones posteriores a «La rebelión de las masas» que el aspecto más importante para entender la Guerra Civil fue el conocimiento de los orígenes. Estoy plenamente de acuerdo con eso. Esto es absolutamente necesario para cualquier gran acontecimiento histórico. Para comprender la violencia política en España es indispensable investigar sus orígenes y desarrollo, no para demonizar ni justificar a nadie, puesto que las atrocidades no son justificables, sino para entender cómo fue.

—Un historiador debe tender a la máxima objetividad, aunque es imposible ser absolutamente objetivo. ¿A los historiadores actuale es imposible ser absolutamente objetivos?

—El oficio del historiador es investigar lo más posible y contrastar toda clase de datos diferentes para tratar la mayor objetividad y ecuanimidad. Pero todo el mundo sabe que las ciencias «sociales» o humanísticas no pueden lograr el mismo grado de pura objetividad como las ciencias naturales. El deber del estudioso es siempre esforzarse en alcanzar el mayor grado de objetividad posible. Al respecto, ha tenido lugar una gran regresión durante la última parte del siglo XX por la influencia del «posmodernismo» y varias doctrinas que han sido llamadas «teorías», pero que no son más que conceptos o doctrinas. Ellos insisten en que el cerebro humano es incapaz de alcanzar cualquier objetividad y que todo es relativo y subjetivo. Así que la «verdad» supuestamente no existe. Es el rechazo de un milenio de estudios e investigaciones de la civilización occidental, y asombroso en su simplismo intelectual. Sin embargo, en el mundo universitario y en la cultura nueva eso existe en flagrante contradicción con la corrección política, que utiliza el relativismo para debilitar las cosas a que se opone, pero luego impone sin más su propia «verdad» del modo más descarado. Lo que existe es una fantástica hipocresía, acompañada por una contradicción epistemológica total.

Trapisonda: Atención a los ZarraPastrosos